en el pecho de un pastor.
Diez días ha que por cerros,
buscando yerbas perdido,
arroyos, valles, destierros
he espulgado, y no he comido
si solas setas y berros;
mira vos cómo os querré
comiendo regalos tales.
LISIS: ¡Si tú amaras bien!
GOMOR: Cené
anoche unos mercuriales,
y todo el amor purgué
La mejor espigadera
Tirso de Molina
No he tenido acceso a ninguna edición comentada de esta obra de Tirso de Molina, de modo que no puedo asegurarlo, pero doy casi por hecho que esos mercuriales a los que se refiere no son la mercurialis annua que nos convoca hoy. Es más, estoy convencido de que van con segundas y eso de los mercuriales y purgar el amor son una velada referencia a la sífilis que se trataba con derivados del mercurio (velada para nosotros nacidos en la era antibiótica, para las gentes del siglo XVII supongo que no tanto).
Otro dato en contra es que no suele comerse nuestra mercurial, y aunque Font de Quer apunta que en la edad media en el norte de Europa no sólo se utilizó como verdura comestible, sino que hasta se cultivaba con este fin, apunta el mismo autor que lo mejor que puede decirse de ella es que para comer no vale la pena.
Se trata de una planta ruderal, con pocos requerimientos que (Font de Quer nuevamente) se complace acercándose al hombre por doquiera que ha dejado sus basuras y deshechos. Solo dura un año, de ahí lo de annua. Mercurial por atribuirse su descubrimiento al dios Mercurio.
Planta que puede ser macho o hembra, como ocurre con otras de estas características ha tenido como virtud (supuesta) la de dar lugar a que se engendrasen ya mujeres ya hombres según se tomasen las hojas de un pie o de otro, en ocasiones siguiendo algunas pautas o rituales bastante grotescos.
Tiene efectos purgantes pero dice Font de Quer (que hoy me está escribiendo el post) que existiendo otros excelentes purgantes ¿para qué usar éste?
Para que no todo lo haga Font de Quer termino dándole la palabra a Andrés Laguna, que nos habla de los clisteres que administraba en su tiempo en Salamanca una famosa clistera (¡vaya oficio!) la cuál solía siempre tener tres o cuatro tinajas llenas de caldo de acelgas y mercuriales, aguzado con sal y orines; del cual, a tarja cada una, echaba cada día, diestramente, cient mil ayudas, con que enjugaba los infelices vientres. (Viendo la composición ganas dan de seguir estreñido)