...y sobre todo el agreste lentisco, impasible veterano, fiel a todas las estaciones, como un amigo en todas las desgracias; siempre verde como una esperanza sin desengaño.
Clemencia
Fernán Caballero
Es una idea bastante generalizada pensar que la costumbre de masticar chicle (tripas de gato, que decía mi abuela Manuela, asegurando que si nos lo tragábamos las nuestras quedarían irremediablemente pegadas, salvo cirugía que viniese a repararlo), es una más de las invasiones procedentes de los Estados Unidos. Y no les falta parte de razón a quienes así piensan al ser el chicle tal y como lo conocemos hoy un "invento" americano de mediados del siglo XIX. Pero la costumbre de usar gomas de mascar con distintos objetivos ( limpiar los dientes, combatir el mal aliento, calmar la ansiedad o por mero placer) es mas antigua que el chewing gun.
La palabra chicle de hecho proviene del náhuatl refiriéndose a la resina obtenida del árbol manikara zapota que por su sabor dulce era masticada por las tribus de américa central de dónde es originario. En Europa no teníamos ese árbol pero si teníamos lentiscos (pistacia lentiscus), de los que, practicándoles unos cortes en su tronco se obtenía la almáciga, una resina que se usaba como hoy hacemos con el chicle.
Alfonso Mateo-Sagasta, en su novela sobre el Siglo de Oro Ladrones de tinta nos habla de este uso: Estaba de charla con Pablo Cimorro, un amigo común que, recién afeitado y con el aliento fresco, parecía a punto de irse mascando una bolita de almáciga. Ya sabe usted que la almáciga es como llaman a la resina de los lentiscos de la isla de Quios, pequeñas lágrimas de color opalino que se ablandan deliciosamente en la boca y cuestan una fortuna. A la vista de las magníficas descripciones del autor las calles en el Siglo de Oro no debían oler muy bien asi que no sólo serviría la almáciga para refrescar el aliento, sino también para enmascarar el hedor circundante.
Pese a la abundancia de lentiscos en la península ibérica, nunca ha sido la obtención de la almáciga una actividad habitual, como ocurría en la isla griega de Quios cuya almáciga pasaba por ser la de mejor calidad. Si se ha usado como combustible siendo muy apreciado por dar un fuego duradero al ser una madera de combustión lenta. Sus semillas han sido utilizadas para alimentar al ganado (con excepción del vacuno pues merma la calidad de la leche) y para extraer un aceite empleado para alumbrado.