La amé románticamente, novelescamente, en los caminos despoblados que rodeaban el palacio, y a cuya vera se erguían las orquídeas salvajes, amarilleaban las prímulas, se rizaban los helechos y los zarzales se enredaban con los mimbres.
BomarzoManuel Mujica Laínez
En muchas ocasiones, pero más en estos últimos tiempos en que tanto se habla de calentamiento global, cambio climático y agujeros en la capa de ozono, he podido escuchar el comentario de que por estas tierras el año parece tener no cuatro estaciones sino dos, y que de un invierno no excesivamente duro pasamos casi sin transición a un tórrido verano que dará paso nuevamente al invierno, sin que apenas notemos la primavera ni el otoño. En tiempos de los romanos era realmente así, tan sólo distinguían dos estaciones.
Contaban los romanos con una estación larga, que denominaban ver-veris palabra que da origen al verano y que abarcaría lo que para nosotros son la primavera, el verano y el otoño, y por otro lado una corta llamada hibernum tempus , el invierno. Llego un tiempo en que al inicio de la estación larga se le comenzó a conocer como primo vere, primer verano, y a la última parte autumnus, derivado al parecer de auctus, que significaba incremento, crecimiento, queriendo indicar que los frutos de la naturaleza habían alcanzado su plenitud. El periodo entre ambos quedó como veranum tempus.
Nuestra flor de hoy recibe el nombre de primavera (Prímula vulgaris) por ser de las primeras en aparecer en este estación, cosa más que discutible.