21 de junio de 2016

Cola de caballo

Su niñez era inseparable de esa bebida criolla tradicional, hecha con cebada, linaza, boldo y cola de caballo, que había visto preparar a lo largo de su infancia a su padre y un ayudante, un cojito medio tuerto al que apodaban Cojinova.
                                                                                           Cinco esquinas
                                                                                           Mario Vargas Llosa
  

A nadie se le escapa que este divertimento que mantengo desde hace unos años con el nombre de "Desde Alájar" no sería posible sin la existencia de internet y de las llamadas nuevas tecnologías. Por un lado me prestan el soporte físico en el que escribo las entradas y coloco las fotos, y por otro los programas que hacen posible que toda esta magia funcione, y que otras personas puedan no sólo ver lo que escribo o fotografío, sino que puedan también comentarlo. Pero no es únicamente eso.


Internet ha puesto a nuestro alcance una cantidad de información ingente, bien es verdad que no todo es grano y hay que descubrir la paja y aventarla, y aunque sigo consultando libros y acudiendo ocasionalmente a la biblioteca pública, la mayor parte de la información que reflejo procede de la red. Con los textos pasa lo mismo. Leo bastante (menos que hace unos años ciertamente, y en gran parte por culpa de estas mismas nuevas tecnologías que a alguien tenían que desplazar con su aparición) y aunque muchos de los textos que ilustran las entradas proceden de libros que he leído, como es el caso de hoy, en otras muchas ocasiones no sucede así y los he encontrado "buceando" por la red.


Todo este preámbulo viene a cuento de que para identificar la planta de hoy he usado un recurso informático que conocía desde hace años, pero que andaba perdido por alguno de esos rincones de mi cerebro que se deben barrer muy de tarde en tarde y lo tenía totalmente olvidado. La primera vez que recuerdo haber  visto  esta planta fue recorriendo la rivera del río Caliente, entre Los Romeros y El Repilado. No me sonaba de nada, e hice lo que en otras ocasiones: repasar libros buscando alguna imagen similar. Vano intento. Varios días después, cuando ya desesperaba, recordé que san Google ofrece un servicio de imágenes una de cuyas opciones es subir una foto y te busca fotos similares. Nunca lo había usado y fue mano de santo, subí una foto de mi desconocida amiga y entre la galería que me ofreció Google estaba la respuesta Equisetum telmateia, o cola de caballo.


Esto ocurrió hace ya tiempo, pero para elaborar la entrada he tenido que esperar casi seis meses. No porque tuviese información privilegiada (mi relación con Isabel no llega a tanto) y supiese que Vargas Llosa iba a nombrar la cola de caballo en su nueva novela,  sino porque me encontré con que esta planta es un helecho que nos muestra dos caras. Por un lado están los tallos fértiles, que surgen a finales de invierno, de color blanquecino y que terminan en una especie de espiga donde se encuentran los esporangios. Cuando estos tallos empiezan a marchitarse aparecen los tallos estériles (que son los primeros que yo vi) verdes, de los que a intervalos regulares salen numerosas ramitas finas. Ambos tallos surgen de una misma raíz que es la que permanece cuando este segundo tallo muere.


Equisetum viene del latín y se podría traducir como crin de caballo, en cuanto a telmateia deriva del término griego con el que se designa a los pantanos. Es una de las plantas que tradicionalmente para más patologías se ha usado, sobre todo para problemas urinarios y de retención de líquidos, pero también para trastornos menstruales, gota, uñas quebradizas, tuberculosis, epistaxis... vamos, una panacea


Apenas se había iniciado la temporada y no había posibilidad de encontrar raíces de saponaria; la zona estaba demasiado al descubierto para que brotara la cola de caballo, que crecía en lugares sombríos y húmedos. Tendría que buscar otras hierbas
                                                                                             Los cazadores de mamuts
                                                                                             Jean M. Auel


2 comentarios:

Miguel García dijo...

La bebida a la que hace mención Mario Vargas Llosa es conocida en Perú como «Emoliente» y se vende tradicionalmente en la calle en las no menos célebres «carretillas». El emoliente se toma generalmente de madrugada o en las primeras horas de la noche y los peruanos le atribuyen un carácter medicinal y toda suerte de bondades; entre ellas la de espabilar la borrachera después de una noche de juerga.

Hace algún tiempo publiqué una entrada (Willy, Chicho y José, playa de las Capullanas - III) en la que incluía un relato del escritor Miguel Arcángel de Vallejera y de Riofrío que supuestamente lo había escuchado de una «Emolientera» que tiene su carretilla en la estación de autobuses de Talara (Perú).

Un abrazo,

Teresa dijo...

Muy buena entrada, me encanta. Saludos.

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