8 de abril de 2015

Rompesacos

Segaba la avena loca; el rompesaco, tierno aún; la grama, los ababoles...Un montoncico aquí, otro ahí...Luego, a recogerlos, a cargar el carro. Y el olor fuerte, denso, de la hierba recién segada. Y la quietud hermosa del día primaveral.
                                                                                Un mundo a cuestas
                                                                                Rodrigo Rubio


Poco confiaba cuando realicé las fotos al rompesacos, aegilops geniculata,  del que por entonces desconocía hasta el nombre,  en encontrar no ya un texto sino algo que contar sobre esta planta, y mira por donde no sólo tengo lo primero sino que me he encontrado con que la humanidad le debe mucho a esta planta de aspecto tan poco llamativo.


La agricultura permitió al hombre hacerse sedentario y favoreció el desarrollo cultural y social de los antiguos pueblos nómadas. Cada una de las grandes civilizaciones del mundo antiguo ha estado ligada a un cereal: las americanas al maíz, las del sudeste asiático al arroz y las del entorno mediterráneo y oriente próximo al trigo. Y el trigo no sería lo que es si no fuese por el rompesacos.


Existen una serie de mecanismos en la naturaleza que impiden que individuos de diversas especies se crucen. Algunas son de índole física, temporal o conductual que impiden el apareamiento de los individuos. Si por tratarse de especies muy semejantes ocurriese el apareamiento lo más probable es que el embrión resultante no fuese viable muriendo antes de completar su  desarrollo. Cuando logra hacerlo tendremos un híbrido, un nuevo ser que comparte características de ambas especies. Los híbridos en general son estériles o tienen la fertilidad muy menguada. El caso es que los híbridos no suelen prosperar y por tanto no garantizan el surgimiento de una nueva especie. Pero a veces y sobre todo en el mundo vegetal se originan híbridos fértiles.



Hace unos 8000 años en Oriente Medio un antepasado del trigo con siete pares de cromosomas, el trigo einkorn (una de las cosas por cierto que se encontró en el estómago de Otzi a quién ya conocimos) se cruzó de modo espontaneo con el rompesacos, que también cuenta con siete pares, dando lugar a un híbrido fértil de catorce pares de cromosomas conocido como trigo emmer. Pero todavía no es este el trigo  que conocemos. Aún tendría que acontecer otro accidente genético. Este trigo emmer se cruza  nuevamente con el rompesacos, y surge otra especie de 42 cromosomas, y que casual y afortunadamente también  es fértil: el trigo pan.


Y si esta planta ha sido importante para la subsistencia del hombre lo mismo puede afirmarse a la inversa pues la espiga del trigo pan es muy compacta, difícil de romper y de semilla muy pesada motivos por los cuales no puede ser dispersada por el viento, precisando de la mano del hombre para su propagación. Y el hombre no sólo la ha propagado por los cinco continentes, sino que en los últimos años le ha introducido cambios en su genética aunque ya sin la colaboración del rompesacos.