20 de febrero de 2013

Agrimonia

Allá iba el arroyo, camino del maíz, con su débil curso, barbotando murmurios, remitida ya la furia de las cascadas de Riofarta, respirando sosiego entre agrimonias dormidas.

                                                                                 Letanias de lluvia
                                                                                 Fulgencio Argüelles



Se entiende por mitridatismo la resistencia a los efectos de un veneno adquirida mediante su ingestión prolongada y progresiva, empezando por dosis inofensivas. Según la leyenda Mitrídates, el sexto rey del Ponto que ostentó ese nombre, temeroso de ser envenenado comenzó a ingerir pequeñas cantidades de distintos venenos para acostumbrar a su organismo a ellos. Parece que la dosis adecuada con la que comenzar  la hallaba haciendo probaturas con esclavos. También se le atribuye la invención de una especie de antídoto universal: el mitrídato.


Vencido tras varias guerras (las mitridáticas) por Pompeyo, es traicionado por uno de sus hijos. Con cerca de 70 años, al parecer enfermo, derrotado y traicionado no ve otra salida que el suicidio, y hecha mano de los venenos que, dicen, siempre llevaba consigo. Pero, acostumbrado su organismo a ellos, ninguno le funciona, de modo que incapaz de hacerlo por si mismo, pide a un soldado aun fiel que lo mate con su espada.


 Mitrídates añadió a su nombre el apelativo de Eupator, y de ahí al parecer el nombre  latino de la agrimonia, agrimonia eupatoria, al atribuirse a Mitrídates el descubrimiento de sus propiedades. Entre estas propiedades se menciona el cortar las hemorragias por ello que en algunos lugares se conozca como mermasangre o hierba de las heridas.


4 de febrero de 2013

Doradilla

                                              Este puso en las hierbas, y sobre este
                                              la almea, parietaria y doradilla,
                                              la cabeza del lobo y gato agreste,
                                              Tereo con las plumas de abubilla:
                                              el rojo y blanco pájaro celeste,
                                              que nunca a tierra el alto vuelo humilla

                                                                                      La hermosura de Angélica
                                                                                      Lope de Vega



Frente a la cada vez más extendida costumbre de delimitar terrenos o fincas con vallas metálicas, por la sierra de Aracena tenemos la suerte de que aun predominan los tradicionales muros de piedra flanqueando los caminos y que aparte de servir para guardar uno de los más preciados tesoros de estas tierras, el cerdo ibérico, son un auténtico ecosistema en si mismos, y uno de sus elementos más característicos es nuestra protagonista de hoy: la doradilla (Ceterach officinarum).


Este pequeño helecho debe su nombre a las escamas doradas de su cara posterior que lo protegen del calor y reflejan la luz. En épocas de sequía la doradilla se reseca y enrosca sobre si misma mostrándonos su envés dorado, dando la impresión de estar marchita, pudiendo permanecer así un largo periodo. Sin embargo en cuanto retornan las lluvias sus hojas se embeben mostrando de nuevo toda su lozanía. Las plantas que como la doradilla no son capaces de controlar su nivel de agua y dependen del nivel pluviométrico se denominan poiquilohídricas, y son un magnífico indicador de la situación hidrológica.


Dioscórides menciona en su tratado variadas aplicaciones terapéuticas de la doradilla: tratar el hipo, la ictericia, la estranguria, la esterilidad... no dice nada sin embargo del tratamiento de la dismenorrea, respecto al cual en Alburquerque puede escucharse esta coplilla:

Dama descolorida
te has de quitar el dolor
aunque el doble
te cueste la doradilla