21 de mayo de 2014

Narciso pálido

                                           Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
                                            ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.

                                            Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
                                             ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.

                                                                            En las orillas del Sar
                                                                            Rosalía de Casto



Son varias las versiones que del mito de Narciso existen, del mismo modo que son varias las flores que llevan ese nombre. Yo hasta ahora tan sólo he tenido la fortuna de encontrar en la sierra de Aracena este Narcissus triandrus, pero como espero con el tiempo encontrar algún otro me limitaré a relatar la versión de Ovidio en sus Metamorfosis, dejando otras para futuras entradas.


Narciso es hijo de Liríope que, aunque ninfa, como cualquier madre se muestra desde el principio preocupada por el futuro de su hijo, de modo que le pregunta al adivino Tiresias si tendrá el recién nacido larga vida, a lo que este contesta sibilinamente: Si a sí no se conociera.


A los dieciséis años el niño era una "joya" que levantaba pasiones en ambos sexos, pasiones que únicamente hallaban como respuesta burlas y desprecio. Clamó uno de los depreciados al cielo: Que así aunque ame él, así no posea lo que ha amado, súplica que fue escuchada y atendida por Némesis, personificación de la venganza divina.


Cansado tras un día de caza llega Narciso a un lugar idílico y virgen: Un manantial había impoluto, de nítidas ondas argénteo, que ni los pastores ni sus cabritas pastadas en el monte, habían tocado, u otro ganado, que ningún ave ni fiera había turbado ni caída de su árbol una rama. Se inclina el joven sobre las cristalinas aguas a beber quedando al instante arrebatado, enamorado de su propia imagen: Quédase suspendido él de sí mismo [ ] y todas las cosas admira por las que es admirable él.


Incapaz de apartarse, muere Narciso inclinado sobre su propia imagen, a la que seguirá mirando en los reinos de Hades:  Después que fue en la infierna sede recibido, en la estigia agua se contemplaba. Pese a los desplantes recibidos por el soberbio muchacho preparan las ninfas, Náyades y Dríades, una pira y un féretro para Narciso mas dónde debía encontrarse el cuerpo  no hallan sino una flor.


(Los textos de las Metamorfosis de Ovidio corresponden a la traducción de Ana Pérez Vega)

7 de mayo de 2014

Altramuz de flor amarilla

No era normal que en domingo reinara tanta paz. Por los postigos cerrados deberían haberse colado las risas de los niños que jugaban en la plaza, las conversaciones de las comadres al salir de misa, los gritos de los vendedores de spasso, la mezcla de nueces, avellanas y altramuces que, tras la comida, llevaría regocijo a las mesas.
                                                            El verano del comisario Ricciardi
                                                            Maurizio de Giovanni



Los seguidores habituales recordarán que ya en tres ocasiones hemos dedicado nuestra entrada al altramuz y que en la última de ellas dijimos que aún habríamos de hacerlo dos veces más. Ya va siendo hora de que  cumplamos  lo prometido, y vamos a empezar con el lupinus luteus, el altramuz amarillo cuya apariencia no dista mucho de los otros altramuces salvo por sus flores de un vistoso color amarillo.


La palabra altramuz es de evidente origen arabe (al termus) idioma al que llego procedente de Thermós vocablo con que en  griego se designaba a las semillas de las leguminosas. Altramuz desplazó a la denominación hasta entonces tradicional de lupin o lupino, que todavía se conserva en algunos lugares de Hispanoamérica como Argentina, y que según algunos procedería del griego Lype (amargo)  por el amargor de sus semillas, en tanto que otros piensan que procede del latín Lupus (lobo).


Cerramos hoy con una adivinanza popular recogida por Fernán Caballero en su libro Genio e ingenio del pueblo andaluz, que en sus tiempos no se, pero hoy no la acertaba nadie:

                                           Tamaño como un ochavo pichilín
                                           y tiene un agujero en un cuadril