22 de agosto de 2017

Ajera

Una mesa redonda, tres sillas, una de ellas medio rota, una alfombra. En la punta más alejada a la vista de quien entraba descubrió un agujero en la trama. La angustia perenne, dolor puro. Olor a ajo y a orina: una casa de viejos. La luz que entraba por el balcón abierto de par en par era cegadora

                                                                              La primavera del comisario Ricciardi
                                                                              Maurizio de Giovanni


No se si catalogarlo como oxímoron, pero lo cierto es que aunque el olor a ajo tiene mala prensa (la red esta llena de consejos para eliminarlo) es sin duda uno de los condimentos naturales más utilizados y sin el que nuestra cocina no sería lo que es: gazpachos, ajoblanco, ajoarriero, pollo al ajillo, alioli, ajopringue, sopas de ajo... Nuestra planta de hoy, la allaria petiolatia,  no es la que produce los ajos, pero el olor a ajo que desprende, sobre todo sus hojas y flores, le ha dado no solo el nombre sino también algún uso. Al menos al decir de los arqueólogos.


En unas vasijas, que databan de hace unos 6000 años, encontradas en Dinamarca y que a todas luces habían sido utilizadas para cocinar, los técnicos que las estudiaron encontraron restos de carne y de pescado con los que iban mezclados rastros de alliaria petiolata. Dado que la planta carece de valor nutritivo, concluyen los expertos que nuestra planta estaba ahí para dar sabor. (Siempre he pensado que para ser arqueólogo, a parte de otras virtudes, hay que tener mucha imaginación)


Además de como condimento sus hojas se han usado en forma de emplasto para las heridas como cicatrizante y antiséptico, también para tratar las lombrices y para fortalecer la encías.